Cuando se tienen malas experiencias con otras personas tendemos a generalizar. Desde algo tan común como malas experiencias en una relación sentimental, que nos llevan a pensar por ejemplo, “todas las mujeres son infieles” o “todos los hombres son mentirosos”; hasta situaciones más complejas como haber sido víctima de agresión por parte de un grupo específico. Por ello, podemos acostumbrarnos a pensar de forma generalizada y caer en el prejuicio e incluso la discriminación. No es tarea fácil atacar estas ideas que están arraigadas en nosotros, para ello se requieren procesos de perdón y reconciliación, tema que se trata a continuación.
Estereotipos y prejuicios que están arraigados en nosotros
Presión de grupo
En la mayoría de las ocasiones tenemos fuertes lazos con quienes nos rodean, nuestros familiares, vecinos, amigos, parejas románticas etc. Porque nos cuidan y nos dan sentido de pertenencia e identidad. En los grupos a los cuales pertenecemos a veces se comparten ideas e interpretaciones sobre quiénes son diferentes, que pueden resultar en prejuicios y conflictos intergrupales. Es frecuente que exista rivalidad entre grupos, como por ejemplo, los estudiantes de un colegio A y los de un colegio B, quienes les gusta determinada música y quienes no, quienes piensan que solamente un hombre y una mujer deberían adoptar un hijo y quienes piensan que las parejas conformadas por dos personas de un mismo sexo también lo pueden hacer, son algunos casos.
Pertenecer y compartir con otros hace que nuestra identidad social se refuerce: si tenemos actitudes negativas hacia el otro grupo, nos sentiremos más a gusto con el grupo propio. Por ejemplo, cuando hay un partido de futbol, la mayoría de personas tiende a interpretar cómo más grave las faltas que comete el equipo contrario. Esto no solo es resultado de la emoción que produce apoyar al equipo propio, sino también porque al atribuir características negativas al otro grupo es más fácil resaltar lo positivo del propio; por ejemplo, los jugadores del otro equipo cometen faltas con mala intención, mientras que los nuestros lo hacen sin culpa.
Nuestra pertenencia a los grupos puede jugarnos en contra y reforzar estereotipos y prejuicios hacia otros. Es importante reconocer que somos seres sociales y por eso estamos sujetos a la influencia de los demás, pero también que es deber de los agentes educativos promover una cultura de respeto por los derechos de los demás. Las estrategias mencionadas anteriormente contribuyen a que los niños, niñas y adolescentes “no traguen entero” y puedan cuestionar lo que el grupo al cual pertenecen puede estar haciendo mal, como en el ejemplo de Juan que se cita al principio.